
por Secu (tuve la oportunidad de ver la película en el Festival de Cine de Roma)
Hamnet es la adaptación de la novela homónima (escrita por Maggie O’Farrell), que cuenta las vivencias de un joven William Shakespeare, esta vez desde el punto de vista de su esposa, Agnes Hathaway. A través de una historia tan entretenida como fascinante, vemos cómo la pareja desarrolla su relación, forma una familia y atraviesa acontecimientos (que deliberadamente no detallaré) que hacen que Shakespeare deje de escribir comedias para volcar su corazón en su primera tragedia: una más grande que la vida y el universo, Hamlet.
La adaptación cinematográfica de Hamnet está a cargo de la directora china (radicada en Los Angeles, Estados Unidos, desde los 18 años) Chloé Zhao, ganadora del Oscar- una de las tres únicas mujeres que han ganado la categoría de Mejor Dirección- por aquella exitosa (aunque me pareciera ya algo olvidada) Nomadland. Tan exitosa que la llevó al universo Marvel (¿The Eternals o algo así?), alejándose un tranco enorme de sus dos grandes primeras películas: Songs my Brother Taught Me y (la tremenda) The Rider. Hamnet es su esperado regreso. La película no queda corta en su premisa y con soberbias capacidades cinematográficas, nos muestra esta historia tan emotiva como mágica, tan humana que por momentos parece real.
En el fondo, Hamnet también propone una relectura del mito de Shakespeare: la idea del genio solitario desmontada por la presencia de Agnes. Es ella quien entiende antes que él la fragilidad de la existencia. Chloé Zhao no se queda atrás su versión. En ese sentido, la película funciona como un gesto de justicia poética: devolverle voz y cuerpo a quien, hasta ahora, había sido apenas una nota al pie del mayor dramaturgo de todos los tiempos.
Sin embargo, la apabullante fotografía de Lukasz Zal (quien sacudió el tablero con Ida y Cold War), las magistrales interpretaciones de Jessie Buckley (I’m thinking of ending things, The Lost Daughter) y Paul Mescal (Aftersun, Normal People), el gran carisma de los niños actores y la bellísima música de Max Richter (The Leftovers, Ad Astra) están ahí para intentar, una y otra vez, hacerte llorar. En algún momento pensé que lo único que faltaba era que Chloé Zhao- quien estaba presente en el festival- se paseara por la sala con una cebolla exprimiéndola sobre los ojos de los asistentes. Aunque creo que a los amantes del melodrama o las historias de época les encantará, esta no es mi película. La aprecio y respeto; incluso la calificaría de “bonita”. Pero prefiero a la Chloé Zhao que me dejó los pelos de punta con sus dos primeras obras, usando la estética del documental para realmente capturar una historia que iba mucho más a fondo en su propósito. Esa directora que tenía mucha más honestidad que presupuesto.
Hace algunos meses proyectamos La habitación del hijo de Nanni Moretti en nuestro cineclub. El invitado al cineforo fue Joaquín Urrutia, quien dijo: “esta misma película hubiera sido una lata en manos de otro director”. No pude dejar de pensar en eso al abandonar la sala luego de Hamnet. Me es muy difícil encontrar palabras para darles una razón, pero entre tantas escenas de La habitación del hijo que se podría mencionar, una que me da mucha pena es la del personaje principal entrando a elegir un disco a una tienda. O, por nombrar algo más reciente, la escena que más tristeza me provoca en Aftersun es la de una niña bailando con su padre (el mismo Paul Mescal). ¿Necesitamos ver a Moretti o Mescal llorando o gritando repetidas veces para entender la inmensa desolación de ambos personajes? Creo que basta con hacerlo una sola vez (y de espaldas). Las cosas profundamente tristes son imposibles de explicar.

por Secu (tuve la oportunidad de ver la película en el Festival de Cine de Roma)
Cuando se supo que el gran Martin Scorsese había adquirido los derechos de la adaptación de las novelas de Ariana Harwicz, escritora argentina radicada en Francia, rápidamente me hice de (suena más lindo que decir que la compré como si fuera cualquier producto) la denominada Trilogía de la Pasión. Me devoré esas tres novelas en cosa de unos días (recomendadísimas, por cierto). Luego se supo que no sería Scorsese quien las adaptaría, sino Lynne Ramsay (Ratcatcher, Morvern Callar, We need to talk about Kevin y You were never really here), tremenda directora escocesa, que sería la encargada de llevar a la pantalla la primera de ellas: Mátate amor. Pronto algunas “estrellas” se asociaron al proyecto: Jennifer Lawrence, Robert Pattinson y Sissy Spacek, marcando lo que pareciera era otra incursión de Ramsay en el cine hollywoodense. Me acerqué a la película con el entusiasmo y el temor de tener las expectativas muy altas.
Sin tratar de revelar su argumento, Die My Love es una película que, con muy pocos personajes y estética simple pero cuidadosamente trabajada, lleva al espectador en un viaje sensorial a través de la locura de una madre. Gracias al oficio de Ramsay y a una Jennifer Lawrence al límite, la película ofrece una experiencia muy particular y, poco a poco, va agregando más y más capas a un conflicto inherentemente interno y difícil de ocultar.
La película se ambienta en un Estados Unidos rural, tratando de posicionarse en el mercado norteamericano y, por ende (inevitablemente, aunque duela), internacional. Por esa misma razón, los juegos de Harwicz con el español (o argentino, si se me permite el término) y el francés están totalmente ausentes en la adaptación fílmica. Basta con leer el título original de la película. De hecho, me parece que la mayor fortaleza de Die My Love es haber prescindido totalmente de la narración de la protagonista, reconociendo que no se puede adaptar lo inadaptable y que la apuesta es por el lenguaje del cine, desde el primer minuto. Ramsay y sus guionistas evitan hacer lo más obvio y fácil, priorizando el medio en que funciona la obra realmente y, por qué no decirlo, dándose la libertad de crear.
Otro de los grandes aciertos de Die My Love está en su diseño sonoro y visual, donde Ramsay vuelve a demostrar su obsesión por el detalle. La textura del campo, los silencios incómodos y los ruidos domésticos componen un paisaje casi táctil, tan íntimo que por momentos resulta insoportable. La cámara se mueve entre lo real y lo onírico, entre la crudeza de un cuerpo agotado y la abstracción de una mente que se desarma. La fotografía refuerza esa sensación de encierro y descomposición. No hay subrayados innecesarios ni sentimentalismo barato: Ramsay confía en que el espectador sabrá encontrar sentido en lo que se sugiere más que en lo que se dice.
Sin ser una película para complacer a las masas (está muy lejos de eso), los lectores de Harwicz no se irán con los ojos vacíos, el TeamKatniss saldrá eufórico y el Team Edward, satisfecho; los fans de Ramsay nos quedaremos con el gusto de otra gran película en su ya extensa carrera y, por sobre todo, cualquier persona se llevará algo que digerir y desmenuzar, mucho más allá de las casi dos horas que dura la película. Esperamos que BF Distribution y Cinemark o Cineplanet traigan Die My Love a Concepción este 6 de Noviembre y que no sea otro estreno más que no podamos ver en nuestras salas. No es la gran obra maestra de Lynne Ramsay (parece incluso un paso atrás en cuanto a escala en comparación a su película anterior, con lo bueno y lo malo que eso implique), pero, en términos comparativos, cualquier película de una cineasta de su calibre será el mejor estreno en la cartelera.